Con o sin iris. Cuéntanos tu experiencia

Nace un espacio para ti y tus experiencias.

Una voluntaria y colaboradora desde hace años con la AEA escribió hace tiempo un relato breve llamado “con o sin Iris » (premiado recientemente) en el que intentaba hacer ver que, a pesar de todo, en este mundo nadie está libre de vivir con cualquier carencia y, sin embargo, las personas pueden hacer aquello que se proponen con más o menos ayuda.

Pero se puede.

Cuéntanos tú con qué te atreviste a soñar y qué has conseguido al final o qué, al menos, has intentado. Recopilaremos tus frases motivadoras que te ayudan a seguir adelante, tus relatos breves donde nos cuentes una experiencia personal, negativa o positiva, porque las negativas también nos enseñan. Esta navidad felicitaremos a todos desde la AEA las fiestas con la frase ganadora o el cuento más conmovedor.

Aquí te dejamos el llamado «Con o sin Iris», de Karen Winn. 

Y si te ha gustado cómo escribe, puedes encontrar algo de ella en Amazon.

Con o sin Iris

 —Cuando lleguemos a la rotonda, toma la segunda calle a la derecha—. No me habla el GPS de mi móvil, sino mi amiga Iris. —Luego, a unos cien metros, hay una floristería a la derecha. Enseguida después, coge la calle Amposta. Podríamos seguir hasta la principal, pero por aquí hay menos semáforos.

                ¡Qué bien voy con esta mujer! Llevo cuarenta años en Madrid, pero cuando viajo sola por la ciudad me pierdo siempre, hasta en los caminos más rutinarios. Las M-30 y M-40 son mis pesadillas. Con los túneles no acierto nunca. Las calles de dirección única van invariablemente en el sentido que yo no quiero. En las rotondas tomo las salidas equivocadas, y de noche soy ciega total. Ante los mapas me salen sudores fríos y con los GPS ganas de llorar. 

                Porque a mí no me vale un «a los cien metros tome la segunda salida». Yo quiero saber que primero habrá un bache en la carretera, que en la misma esquina habrá una gasolinera y que la calle se llama Blasco Ibáñez. Con Iris es así. 

                Lo mismo pasa en el metro. Nunca he aprendido las diferentes líneas, ni por sus colores ni por sus números ni, por supuesto, por sus estaciones de principio y final. Además, como la red del metro ha ido creciendo y cambiando con tanta velocidad, ¡cualquiera! Pero con Iris, voy con un ángel de la guarda. Me dice dónde tenemos que colocarnos en el andén para que luego nos pille mejor la salida, cuáles son las estaciones de más fácil transbordo, por dónde salir para tomar la escalera mecánica o el ascensor y qué salida nos conviene para nuestro destino. 

                —La pista está al final de la calle. Suele haber aparcamiento en batería, pero si no, sigue un poco más y lo habrá en un pequeño descampado. De todas formas, tampoco tienes por qué aparcar. Dame los patines y márchate a la pelu. Luego, si me puedes recoger aquí mismo dentro de una hora, estupendo.

                Saco su bolsa de deporte del maletero, le pido indicaciones precisas de cómo llegar desde allí hasta la peluquería (¡ahora estaré sola ante el peligro!) y la veo marcharse.

                Con gran soltura, adquirida a lo largo de los años, despliega su bastón blanco y se acerca con paso decidido —tac-tac-tac— al grupo que la espera; hoy dará su tercera clase de patinaje. 

 

Homenaje a mi sobrina, Yolanda Asenjo, ciega desde niña y presidente de la Asociación Española de Aniridia.

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